Que difícil es tener que levantarse cada día y andar por las calles con una sonrisa en los labios pero con los ojos inexpresivos y vacíos.
Vestirse bien, arreglarse el cabello, velar por la higiene y la salud física mientras que dentro se tiene un agujero negro… Un agujero negro hambriento y sediento y cuyo único alimento eres tú mismo.
Que difícil es tener que luchar a cada instante (sin borrar la sonrisa del rostro y siempre con un «estoy bien, gracias» en la punta de la lengua) a sabiendas de que tu propio interior te está dejando sin vida y, que en el exterior, nadie cree en ti y que nadie reconoce tus esfuerzos, incluso dudando de la existencia de estos.
Y ese agujero negro; siempre activo, siempre ingiriendo… Y caer y perderse dentro, día tras día, noche tras noche hasta que finalmente PUFF, desapareces y no queda más que un cuerpo vacío, una sombra, un fantasma… un cuerpo frío, vivo entre comillas, en movimiento constante sin un rumbo fijo, sin nada en la cabeza, sin sentimientos, sin nada en el interior.
Perderse entre las páginas de un libro o en la pantalla de un celular, televisor u ordenador para no pensar… meras distracciones para olvidar que se es un fracaso, que se nació cuando no se debió de nacer, que se vivió cuando no se debió vivir.
Monotonía que se extiende como un himen que no quiere ceder, esperanzas que se desvanecen como humo de cigarrillo, una fe tan débil como un ave que recién nació.
Víctima de la era, de la circunstancia, de la política, de la economía…
Preso sin cometer delito, sentenciado a la incertidumbre, cadena perpetua de pensamientos negativos.
Alguien dijo que vivimos en un mundo donde tus amigos te desean lo mejor siempre y cuando no seas mejor que ellos… y estoy de acuerdo.
Nadie está para ti, mientras que uno siempre dice ‘presente’ de inmediato cuando llaman su nombre; implorando que lo escuchen, llorando por un consejo, mendigando un favor… ¿y para ti, quién está cuando lo necesitas? Todos están ocupados jugando al ‘soy el rey de mi pequeña vida’, nadie tiene tiempo para ti, no eres parte de su castillo… no, al menos que te necesiten, por supuesto.
Personas entran y salen de tu vida como si fueras un centro comercial, muchas se quedan un rato y consumen, otras solo dejan pasar el tiempo. Unas personas te hacen creer que te aman y son las primeras que se van cuando las cosas se ponen amargas. Y, si luchas por mantenerlas contigo, sacan algún utensilio y te hacen daño en su intento de fuga. Y uno tener que depender de las decisiones de los demás, sin voz ni voto… ah, verdad; uno no existe más que para uno mismo… y ni eso.
Y es que al final, cuando acaba la vida (si es que se puede llamar así) terminas enterrado en un hoyo cavado en la tierra, cuando muchos, realmente, andan caminando -vivos- ya dentro de ese mismo hoyo.
Triste pero cierto…