«Aquella Tarde»

Aquella tarde, lo recuerdo como si fuera ayer, pasé -o creí pasar- un momento maravilloso. Vi cuando entraste al restaurante, deslumbrante como siempre, encantadora aunque fuera un atardecer; bella, hermosa; linda, preciosa.

Con tu gran sonrisa, mostrando dientes perfectos, te sentaste frente a mi; solo la mesa nos separaba de la locura pasional… de la locura en general.

Ordené mi comida.
Tú no ordenaste, dijiste que no tenías nada de hambre. Hablamos un largo rato, cosas triviales, cosas buenas y una que otra cosa mala, pero nada fuera de este mundo.

Me viste comer, siempre con una sonrisa en los labios, siempre con esos pequeños ojos curiosos, fascinantes, oníricos, llenos de sueños, fe y esperanza. Me observabas, ¿Acaso estabas pensando en vestidos de novia? ¿En niños correteando por la casa? ¿Nuestros niños? ¿O, a lo mejor, no te ibas tan lejos y pensabas en qué haríamos el fin de semana?

Acabé de comer.

Tenía a mi lado un gran vaso de cristal, lleno de Coca-Cola y bebía de ese líquido oscuro mientras reíamos de nuestras anécdotas: historias del pasado, cuentos del presente, ilusiones de un futuro.

El hielo dentro del vaso de cristal tintineaba contra éste, quedaba menos de la mitad de esa bebida gaseosa.

Estaba satisfecho. Una excelente pizza y tenía a la mujer más hermosa frente a mi.

Pasado un rato, pedí la cuenta.

Y todo, al parecer, ocurrió ahí, en ese mismo instante; mientras hablaba con la camarera.
Ya no estabas ahí, te busqué con la mirada. ¿Sería posible que fueras tan sigilosa y fueras al baño sin oírte, sin verte parar siquiera? A lo mejor lo dijiste y no te escuché.

La joven volvió con la cuenta, entregué mi tarjeta despreocupadamente mientras contemplaba el baño de las mujeres. No salía nadie.

Firmé el recibo, retiré mi tarjeta, dejé algo de propina y fue cuando vi que una señora entró al tocador de mujeres. No estabas en el baño, ¡nunca entraste!

Me levanté y busqué por todos lados, disimuladamente.

Al rato volví a ocupar mi lugar, me pasaba la mano por la cabeza, angustiado. No se me ocurrió en el momento intentar llamarte por el celular.

Le pregunté a una camarera que pasaba cerca de mi con pasos cortos pero rápidos, se detuvo y me contempló dubitativamente y me dijo que siempre estuve sólo.

Ya el vaso estaba casi vacío solo quedaba el hielo derritiéndose y uniéndose al resto de la Coca-Cola como yo siempre he querido unirme a ti.

Y frente a mi, un asiento que nunca estuvo ocupado. Una tarde que nunca pasó.

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