Encuéntrala en medio de la fastidiosa mugre de algunos de los bares más concurridos de la ciudad. Encuéntrala en medio del humo de cigarrillo, del sudor y el vaho del borracho que se encuentra sentado a tu lado, del incansable pum-pum-pum que ahora quieren llamar música y de las luces multicolores típicas de una discoteca de lujo.
Donde sea que la encuentres, descúbrela sonriendo y asegúrate de que la sonrisa permanezca incluso cuando su interlocutor le haya quitado la mirada. Cautívala con trivialidades poco sentimentales; dale «muela» usando las típicas frases de conquista y ríe para tus adentros pensando en tu más reciente éxito, tu más reciente conquista.
Sácala a la calle cuando los bares y las discotecas hayan dado por concluida la velada, pero cuidado con los atracadores y policías que se «buscan el moro» de manera poco profesional. Una vez afuera, ignora el peso de la fatiga, el peso de una larga jornada laboral. ¿Está lloviendo? Pues no seas palomo y bésala bajo la lluvia y deja que la tenue luz de un farol los ilumine, así como has visto que ocurre en las películas. Haz un comentario sobre el poco significado que todo eso tiene, no vaya a ser que se te enamore la muchacha. Llévatela a tu apartamento y despáchala luego de (hacerle el amor) tirártela. Pagarle el taxi es opcional.
No dejes de llamarla. Vuélvanse a ver. Deja que la especie de contrato que, sin darte cuenta has celebrado con ella se convierta poco a poco, incómodamente, en una relación. Descubre intereses y gustos comunes como la fritura y el dembow, y construye un muro impenetrable alrededor de ellos.
Haz del espacio común un espacio sagrado y regresa a él cada vez que el aire se torne pesado o las veladas parezcan demasiado largas. Háblale de cosas sin importancia y no pienses demasiado. Deja que pasen los meses sin que te des cuenta.
Proponle que se mude a vivir contigo y déjala que decore a su gusto. Peléale por cosas insignificantes como que la maldita cortina de la ducha debe permanecer cerrada para que no se llene de ese maldito moho y deja que te peleé cada vez que dejes la maldita tapa del retrete abierto o no quieras sacar la maldita basura a tiempo.
En poco tiempo el sexo será aburrido, monótono, y quizás ambos empiecen a encontrar placer en otros brazos, en otros cuerpos. Los minutos antes de dormir serán eternos, nadie tendrá nada que decir o no encontrarán la manera de narrar sus días; será una ya acostumbrada competencia de quién se duerme primero. Entre gruñidos y ronquidos, cada quien mira hacia otro lado, pero amándose en silencio, sin saber cómo empezar a expresarlo. Deja que pase un año sin que te des cuenta.
Pero comienza a darte cuenta, por favor.
A pesar de todo, llega a la conclusión de que probablemente deberían casarse porque de lo contrario habrías perdido mucho tiempo de tu vida y no quieres empezar de nuevo. Invítala a cenar a un restaurante en Los Jardines Metropolitanos, pero que sea uno que se salga de tu presupuesto (pide el dinero prestado a un amigo) y luego llévala al Camp David, donde hay una vista hermosa de la ciudad. Tímidamente (y ya orquestado) pídele al mesero que le traiga la copa de champaña con el modesto anillo dentro. Apenas se dé cuenta, proponle matrimonio con todo el entusiasmo y la sinceridad de los que puedas hacer acopio (siempre una rodilla en el suelo). No te preocupes si sientes que tu corazón está a punto de atravesarte el pecho, y si no sientes nada, tampoco le des mucha importancia… Total.
Si hay aplausos a su alrededor, deja que terminen. Si ella llora, sonríe como si nunca hubieras estado tan feliz, y si no lo hace, igual sonríe.
Deja que pasen los años sin que te des cuenta. Construye una carrera en vez de conseguir un trabajo. Compra una casa y ten dos (o tres, o cuatro, o cinco) hermosos hijos. Trata de criarlos bien.
Falla a menudo. Cae en una aburrida indiferencia y luego en una tristeza de la misma naturaleza. Sufre la típica crisis de los cincuenta. Envejece. Sorpréndete por tu falta de logros. En ocasiones siéntete satisfecho pero vacío y etéreo la mayor parte del tiempo. Durante las caminatas, ten la sensación de que nunca vas regresar, o de que el viento puede llevarte consigo. Contrae una enfermedad terminal. Muere.
Pero morirás sólo después de haberte dado cuenta de que esa chica -que nunca tomó un libro en sus manos- jamás hizo vibrar tu corazón con una pasión que tuviera significado; que nadie va a contar la historia de sus vidas después que no estés, y que ella también morirá arrepentida porque nada provino nunca de su capacidad de amar.
Haz todas estas cosas que ya he mencionado, maldita sea, porque no hay nada peor que una chica que lee. Hazlo, te digo, porque una vida en el purgatorio es mejor que una en el infierno. Hazlo porque una chica que lee posee un vocabulario capaz de describir el descontento de una vida insatisfecha.
Un vocabulario que analiza la belleza innata del mundo y la convierte en una alcanzable necesidad en vez de algo maravilloso pero extraño a ti.
Una chica que lee hace alarde de un vocabulario que puede identificar lo espacioso y desalmado de la retórica de quien no puede amarla, y la inarticulación causada por el desespero del que la ama en demasía.
Un vocabulario, maldita sea, que hace de tu sofística vida vacía un truco barato.
Haz todas estas cosas que ya he mencionado porque la chica que lee entiende de sintaxis: la literatura le ha enseñado que los momentos de ternura llegan en intervalos esporádicos pero predecibles y que la vida no es plana. Sabe y exige, como corresponde, que el flujo de la vida venga con una corriente de decepción.
Una chica que ha leído sobre las reglas de la sintaxis conoce las pausas irregulares –la vacilación en la respiración– que acompañan a la mentira. Sabe cuál es la diferencia entre un episodio de rabia aislado y los hábitos a los que se aferra alguien cuyo amargo cinismo continuará, sin razón y sin propósito, después de que ella haya empacado sus maletas y pronunciado un ‘inseguro’ adiós. Inseguro porque ella es humana, por supuesto, tiene sentimientos pero tiene aún más razonamiento.
Ella tiene claro que en su vida no serás más que unos puntos suspensivos y no una etapa, y por eso sigue su camino, porque la sintaxis le permite reconocer el ritmo y la cadencia de una vida bien vivida.
Enamórate de una chica que no lee porque la que sí lo hace sabe de la importancia de la trama y puede rastrear los límites del prólogo y los agudos picos del clímax; los siente en la piel. Será paciente en caso de que haya pausas o intermedios, e intentará acelerar el desenlace. Pero sobre todo, la chica que lee conoce el inevitable significado de un final y se siente cómoda en ellos, pues se ha despedido ya de miles de héroes con apenas una pizca de tristeza. Tristeza que tarda muy poco.
No te vayas a enamorar jamás de una chica que lee porque ellas han aprendido a contar historias. Te verían en novelas de Joyce, de Nabokov, de Virginia Woolf; tú en una biblioteca, o parado en una estación de la Omsa (¿eso existe aún, verdad?), tal vez sentado en una mesa de Square1, o mirando por la ventana de tu habitación en el 3er piso. Serías un personaje más y, como tal, acabarías cuando se cierre un libro por última vez. Si así ella lo quiere, claro está. Pero a ti, amigo conforme, dudo que te quiera.
La lectora se ha convertido en una espectadora más de su vida y la ha llenado de significado. Insiste en que la narrativa de su historia es magnífica, variada, completa; en que los personajes secundarios son coloridos y el estilo atrevido. Ella, la chica que lee, te hará querer ser todo lo que no eres. Pero eres débil y fallarás porque ella ha soñado, como corresponde, con alguien mejor que tú y no aceptará -jamás- la vida que describí al comienzo de este escrito.
La chica que lee no se resignará a vivir sin pasión, sin perfección, a llevar una vida que no sea digna de ser narrada. Por eso la puedes mandar a Puerto Rico en Yola y decirle que se lleve a su Hemingway con ella… la odiarías, en verdad la odiarías.
Así que, por todo lo que he escrito y descrito, mejor enamórate de una chica que NO lee.
No pretendo llevarme el crédito por tan excelente texto que encontré hace unos días. Sí confieso que tiene muchas cosas añadidas, además de omisiones, modificaciones y toques personales más dignos para nuestra cultura y ubicación geográfica. Pero la esencia plasmada por Charles Warnke sigue -y seguirá- siendo la misma.
Fuente: http://bit.ly/mHHP8a