Cortinas de delicadas aguas solían crear capas sobre el pasto en sendas ocasiones,
gotas transparentes sobre el verde tapiz.
Acostumbraba siempre a mirar el cielo:
nubes dispersas y rayos de sol que iluminaban mi rostro,
palomas surcando el añil como balas en forma de siete,
balas que navegan en cámara lenta.
Y fue por esto que, cuando el azul del cielo desapareció y dio paso a la grisácea oscuridad, mi corazón se desplomó y sentía los latidos en la planta de mis pies.
Nunca dejé de ver su mano,
pero últimamente no era más que una figura transparente e inmaterial.
Nunca dejé de sentir su mano,
pero últimamente no era más que una suave brisa que quizás movía, apenas, hojas secas.
En esto y más pensaba cuando la lluvia empezó a caer de manera torrencial por primera vez después de años.
Esta vez fue más fuerte… Mucho más.